Todo lo descrito hasta aquí permitirá hacerse una idea de las características de una estructura de dominio cuyo poderío intrínseco, con ser inmenso, se ve apuntalado por la labor sistemática de intoxicación ideológica y manipulación de la realidad llevada a cabo por su maquinaria propagandística, la voz de su amo: los grandes medios de comunicación.
Pero, a pesar de todo, el edificio presenta grietas que se hace necesario taponar. Y es que los eslóganes humanistas, la verborrea filantrópica y los cánticos demagógicos a las bondades del capitalismo progresista no son sino la espúrea retórica que enmascara una realidad social completamente antagónica, una realidad regida por patrones de comportamiento que discurren por cauces diametralmente opuestos a todos esos artificios. Y cuanto más ausentes están de la realidad esos pretendidos "valores" sobre los que se asienta el edificio, más intensa y agobiante es la propaganda que los exhibe y apela a ellos.
Por supuesto, el Poder conoce perfectamente esa realidad, y hace todo lo posible por enmascararla, tratando así de atemperar el vacío inherente al modelo existencial alumbrado por el materialismo moderno. Pero esos anestesiantes, con ser potentes y estar dotados de una considerable capacidad de alienación, no pueden tener más que la eficacia limitada de todo lo artificial. A la postre, e indefectiblemente, los estímulos consumistas, los estereotipos humanistas, la escatología sexual, la mitomanía deportiva, el culto a los ídolos de barro, los paraísos psicodélicos y demás artificios al uso, acaban revelándose como lo que son, simples coberturas a una situación de decrepitud y vacío. Pese a todos los intentos, una y otra vez acaba aflorando la verdadera naturaleza del modelo existencial pergeñado por la sociedad materialista, una y otra vez vuelve a hacer acto de presencia el vacío, la naúsea, la nada.
Este estado de cosas se refleja en todos los ámbitos, y muy particualrmente en el terreno político-ideológico, donde el Sistema necesita cabezas de turco sobre las que proyectar sus propios estragos, identificándolas por añadidura como los grandes enemigos que amenazan el dulce itinerario de la humanidad hacia el edén nihilista del "progreso" material. Poco importa que esos pretendidos adversarios no constituyan sino el detritus generado por la degradación inherente al proceso en curso, que no sean en realidad más que síntomas flagrantes de la patología de una sociedad enferma, o que no representen, como así es, el memor peligro para el Poder, que antes al contrario, se sirve de ellos como eficaces instrumentos de intoxicación. Todo ello no supone el menor inconveniente para la maquinaria propagandística del Sistema, acostumbrada a magnificar el tamaño de oponentes ridículos y, cuando es necesario, a crearlos de la nada.
La instrumentalización que hace el Sistema de tales elementos responde a mecanismos muy simples, aunque de acreditada eficacia. Así, cada vuelta de tuerca en el afianzamiento del totalitarismo plutocrático-oligárquico, que es el único que opera hoy de forma efectiva y omnipresente, va acompañada del correspondiente despliegue de cortinas de humo y de la oportuna campaña de alarma e intoxicación acerca de los fantasmagóricos peligros que amenazan al "modelo democrático".
Como es fácil advertir, son varios los candidatos al título de "gran adversario", aunque serán las necesidades coyunturales de cada momento las que sitúen a uno u otro en el primer lugar. En el pelotón de cabeza de los enemigos predilectos, el fundamentalismo islámico aparece como la gran amenaza exterior, mientras que en el ámbito interno, es el fascismo el globo sonda por excelencia. Sea como fuere, lo que se muestra como un axioma es que la dialéctica del Sistema precisa de adversarios que le permitan enmascarar quién monopoliza el dominio absoluto y dónde reside la única amenaza real.
Como se apuntara en el párrafo anterior, uno de esos grandes adversarios está representado por una muchedumbre de parias y desheredados abocados al extremismo religioso por la explotación económica y la colonización política y cultural del Occidente "progresista", aliado en esa labor con las pútridas oligarquías de los países tercermundistas. Pero el tema del fundamentalismo islámico, además de no ser el objeto central de este apartado, exige por su complejidad de una tratamiento exhaustivo imposible de abordar en unas cuantas páginas, máxime si se tiene en cuenta que ese trabajo, para ser completo, debería ir acompañado del correspondiente análisis de otros fundamentalismos desencadenantes, como es el que en nombre del progresismo viene laminando desde hace décadas todo aquello que le sale al paso. Por el momento, pues, y en espera de una mejor ocasión, bastará con adelantar aquí un par de apuntes sobre este asunto.
Lo primero que conviene significar es que la cristalización política del integrismo islámico, que hasta ese momento no pasaba de ser un fenómeno prácticamente reducido al ámbito iraní, se gestó durante la Conferencia de Guadalupe celebrada en enero de 1979. Fue allí donde los trilateralistas Jimmy Carter, Helmuth Schmidt y Valery Giscard D'Estaing acordaron impulsar un cambio de régimen en Irán, contemplándolo como un factor estratégico de primera utilidad en el marco de las pugnas hegemónicas que por entonces mantenían los dos bloques en sus zonas limítrofes de influencia. Acto seguido comenzaron las presiones dirigidas a lograr la "expulsión" de Jomeini de la localidad iraquí de Nedjef (donde el ayatollah había permanecido exiliado desde 1964 hasta 1978) y su traslado a París. Mientras residió en Nedjef, las posibilidades de comunicación del líder religioso con sus seguidores iraníes fueron mínimas, entre otras razones porque el régimen de Sadam Hussein no tenía el menor interés en la implantación en la vecina Persia de un gobierno comandado por el clero chiíta. En esa época, el único conducto por el que llegaban las consignas de Jomeini a oídos de la población iraní, eran las emisiones realizadas desde Londres por la BBC, extraña compañera de viaje del ayatollah. Pero una vez instalado en la capital francesa, la capacidad de maniobra de Jomeini se multiplicó por mil. Luego empezaría el baile de los manejos turbios, en cuyo catálogo aparecen los expertos en el arte de fabricar tensiones de siempre, con la Comisión Trilateral y el Consejo de Relaciones Exteriores subvencionando económicamente a la Hermandad Musulmana de los Chiítas por conductos diversos, y con el Sha abandonado a su suerte por sus patrones y valedores de un día antes.Y así hasta el desencadenamiento del conflicto irano-iraquí, que en palabras del ex-ministro persa de Asuntos Exteriores, Bani Sadr, fue planificado en los laboratorios organizadores de "los juegos de guerra" y llevado al terreno por Giscard D'Estaing y el embajador estadounidense en Arabia Saudita.
Otro episodio que respondió a motivaciones similares fue la ayuda masiva y el aprovisionamiento militar facilitado por la Administración americana a las milicias islamistas durante la guerra de Afganistán, que acabaría convirtiéndose en un gigantesco campo de adiestramiento para numerosos grupos integristas procedentes de varios países musulmanes. Allí se curtieron, entre otros, los fundadores argelinos del GIA, cuya necia brutalidad ha proporcionado una coartada inmejorable al terrorismo estatal, y cuyos métodos han sido desautorizados reiteradamente por el Frente Islámico de Salvación, lo que no impide que la intoxicación occidental siga identificándolos a ambos, del mismo modo que identifica en un batiburrillo infame islamismo, arabismo, integrismo y terrorismo.
El otro apunte que conviene añadir hace referencia precisamente a la situación sobrevenida en Argelia a raíz del triunfo electoral islamista y del golpe militar que lo abortó, con el beneplácito unánime de los gobiernos "democráticos" del área occidental. Un golpe de Estado que daría paso al sagriento proceso que desde entonces vive aquel país, y sobre el que los medios occidentales informan con su habitual imparcialidad, denunciando las docenas de muertos ocasionados por los atentados del GIA, y silenciando los bombardeos con napaln de poblados enteros y los miles de asesinatos perpetrados por el ejército (500 víctimas semanales como promedio). Y en ese país basta con ser joven y vivir en un barrio mísero para merecer la consideración de "terrorista" y convertirse en blanco del régimen criminal que gobierna allí.
De poco ha servido que la Liga Argelina para la Defensa de los Derechos Humanos, nada sospechosa de simpatizar con el integrismo, haya calificado la represión militar de "genocidio a puerta cerrada". Eso no impide a los "humanistas" occidentales justificar el exterminio, cuando no aplaudirlo abiertamente. Y es que los parias argelinos han tenido la mala ocurrencia de no envolver sus reivindicaciones en la bandera del progresismo, bandera que, por el contrario, sí enarbolan sus verdugos, los carniceros del régimen militar.
Resta aún el asesinato del antiguo líder del FLN Mohamed Budiaf, un hombre íntegro exiliado durante décadas por sus discrepancias con el régimen corrupto que ha asolado Argelia, y al que llamaron sus compatriotas para encabezar la salida del cepo mortífero que atenaza a esa nación, razón por la cual sería eliminado por elementos del ejército. Pues bien, durante el juicio de uno de sus verdugos, un ex-miembro de la escolta presidencial, éste efectuó unas declaraciones más que significativas para cualquiera que sepa leer: "Existe una mafia, una estructura de poder, que está por encima de políticos, militares y opositores al régimen, y que nos sobrepasa a todos".
Dicho esto, no queda sino abordar el asunto fundamental de este capítulo, ese fantasma que a toda costa se pretende resucitar, y que no es otro que el fascismo. Dado que el tema del fascismo ya ha sido analizado repetidamente en varios trabajos precedentes, centrando la atención en cada uno de ellos en alguna faceta específica de las varias que configuraron aquel fenómeno, no parece oportuno repetir aquí dichos análisis. Queda, no obstante, un aspecto de la cuestión escasamente tratado hasta ahora y sobre el que será preciso detenerse, que es la instrumentalización que de un tiempo a esta parte viene haciéndose desde el Poder de ese espectro del pasado.
Convendría, no obstante, reiterar que, en lo esencial, el fascismo no constituyó sino una simple modalidad de la corriente o matriz ideológica central instaurada por las revoluciones burguesas. De hecho, todos los componentes básicos de la ideología fascista se habían manifestado ya bastante antes de que cristalizara aquel movimiento político, desde el culto al Leviatán estatal, hasta la profesión de fe materialista y antropocéntrica, pasando por la concepción totalitaria del Poder sustentado sobre la sumisión absoluta de una masa gregaria.
En efecto, los fundamentos ideológicos del fascismo no brotaron repentinamente, sino que hunden sus raíces en una serie de concepciones "filosóficas" incorporadas a la sociedad moderna por las revoluciones capitalistas.
En lo referente al concepto de superioridad racial, bastaría con recordar la filosofía y la praxis de las oligarquías rectoras del Imperio Británico para constatar que, tal concepto, estuvo profundamente arraigado en la mentalidad burguesa prácticamente desde el mismo instante en que ésta se convirtiera en la ideología dominante. Y los procedimientos con que el sentido de superioridad racial anglosajón se llevó a la práctica fueron, cuando hizo falta, drásticos y contundentes. Lo que ocurre es que esa "raza superior" siempre ha dispuesto de la desvergüenza suficiente y de los medios propagandísticos necesarios para presentar sus exterminios genocidas como hazañas épicas (el caso de los aborígenes amerindios de Norteamérica no es más que una muestra). Por lo demás, esas ínfulas de "pueblo elegido" y de "civilización superior" características del espúreo mesianismo anglosajón, han sido en todo momento el sustento ideológico del imperialismo y la depredación anglo-yanqui. Justamente las mismas ínfulas que se encuentran invariablemente en el meollo doctrinal de todos los cenáculos mundialistas descritos a lo largo de este ensayo. Cuando Cecil Rhodes escribiera: "sostengo que somos la primera raza del mundo y que cuanta mayor porción del planeta esté habitada por nosostros tanto más se beneficiará la humanidad", no estaba sino expresando con meridiana claridad una parte de esa filosofía racial. Pero aún queda un segundo aspecto de esta cuestión, más sórdido si cabe que el ya expuesto, y en el que la burguesía angloparlante también sería pionera, como veremos seguidamente.
El darwinismo social fue una corriente ideológica que, si bien no llegó a cristalizar como programa político de forma explícita, mantuvo en todo momento un acusado arraigo entre los círculos dirigentes de la burguesía decimonónica anglosajona, aunque sus efectos también se dejaron sentir en la Europa continental. Dicha corriente no sólo sentaba la superioridad biológica de unas razas sobre otras, sino también (y aquí viene ese segundo matiz aludido en el párrafo anterior) la de determinados individuos sobre los restantes dentro del propio cuerpo social de la "civilización superior". Por otra parte, tales tesis fueron sostenidas indistintamente por elementos dirigentes tanto de la derecha como de la izquierda burguesa. Como un simple avance de lo que nos encontraremos más adelante, pueden citarse las palabras pronunciadas por Jules Ferry, líder de la izquierda republicana francesa, en el Parlamento galo (julio 1885):"Señores, hay que hablar más alto y proclamar la verdad. Hay que decir abiertamente que las razas superiores tienen un derecho ante las razas inferiores; y hay un derecho para las razas superiores porque hay un deber para ellas, que es el de civilizar a las razas inferiores".
Las tesis del darwinismo social, entre cuyos más conspicuos doctrinarios sobresalieron los ingleses Herbert Spencer y Walter Bagehot y el norteamericano W.Graham Summer, fueron ampliamente esgrimidas como soporte del capitalismo liberal basado en el "laissez faire", así como para justificar la estratificación social en razón de las desigualdades biológicas existentes entre los individuos. De acuerdo con dichas tesis, la riqueza y la posición social no eran sino el resultado de la adaptación al medio (capitalista) de los mejor dotados, por lo que la competitividad debería mantenerse sin restricción alguna como medio para garantizar la selección natural. Llegados a este punto, no estará de más hacer un pequeño inciso para preguntarse por qué razón los abanderados de tan ingeniosos planteamientos no propugnaron también, como hubiera sido lo lógico, la abolición de los derechos sucesorios, para que así, partiendo de cero, los herederos de las grandes fortunas pudieran demostrar su superioridad biológica en igualdad de condiciones con los más "inadaptados".
En el plano internacional el darwinismo social fue esgrimido como argumento o soporte ideológico del imperialismo y del colonialismo, dos conceptos fundamentados sobre la idea de la superioridad biológica y cultural de anglosajones y arios. Conviene insistir una vez más en que todos estos planteamientos, tan brillantemente llevados a la práctica por el imperialismo anglo-norteamericano, formaban parte del catecismo ideológico burgués con muchas décadas de adelanto a la aparición del fascismo alemán, al que después se le adjudicaría su invención.
Sin embargo, el asunto no acaba aquí. Si en un principio los doctrinarios del darwinismo social estimaron que las leyes de la competitividad capitalista bastarían para garantizar la debida selección biológica y para cribar a los individuos más débiles, no tardaron en surgir una serie de adelantados que consideraron oportuno ayudar activamente a que esa criba se acelerara. Fue así como comenzaron a tomar cuerpo las tesis eugenésicas en pro de la esterilización de individuos considerados como un peligro para la salud de la raza, tesis que se trasladaron a la práctica en la patria pionera de la filantropía moderna y de los derechos humanos, la República Norteamericana..
En efecto, fue en la colonia virginiana de Linchburg donde se puso en marcha por primera vez un concienzudo programa de esterilización, la mayor parte de cuyas víctimas no fueron precisamente deficientes mentales, como rezaba el proyecto oficial , que de esa forma pretendía adoptar una imagen más favorable, sino desarraigados sociales, indigentes, vagabundos y huérfanos, todos ellos de raza blanca. Sólo en la colonia de Lynchburg fueron esterilizados entre 1924 y 1932 alrededor de ocho mil personas, en su mayoría adolescentes sin taras de ningún tipo, pero pobres y sin domicilio fijo.
El término eugenesia había sido acuñado en 1883 por el científico británico sir Francis Galton, primo de Charles Darwin y acérrimo doctrinario del darwinismo social. El soporte de sus tesis fueron las leyes de la herencia, según las cuales los progenitores cretinos o deformes producían sucesores de idénticas características. Se hacía preciso por ello, concluyó el tal Galton, que desde el Estado fueran adoptadas las medidas oportunas para impedir el declive de la raza británica. Por otro lado, no será ocioso significar que la esterilización eugenésica fue defendida desde principios de siglo por las más destacadas figuras del socialismo fabiano (H.G.Wells, George Bernard Shaw), así como por varios líderes del conservadurismo británico, Winston Churchill entre ellos.
En los Estados Unidos dichas tesis gozaron pronto de una favorable acogida , tanto por parte de la población (Hollywood se volcó en su apología), como de las autoridades políticas y judiciales. Aunque su puesta en práctica comenzó ya en la primera década del siglo XX, el espaldarazo definitivo no llegaría hasta 1926, con la aprobación en la Corte Suprema estadounidense de una ley de esterilización. El borrador de dicha ley había sido elaborado por un equipo de prestigiosos biólogos, e incluía a ciegos, sordos, deformes, alcohólicos, tuberculosos, sifilíticos, leprosos, criminales, idiotas, pobres y personas sin domicilio fijo. En cuanto al objetivo perseguido, el proyecto legal lo enunciaba sin ambages: "preservar la pureza de la raza blanca". La decisión de la Corte Suprema fue adoptada a raíz del caso Carrie Buck, una adolescente pobre y madre de una niña engendrada tras una violación, y a la que se consideró "imbécil moral" por tener un hijo sin estar casada, siendo condenada por ello a la esterilización. Igualmente digno de mención es el papel decisivo jugado en favor de la constitucionalidad de las prácticas eugenésicas por el juez Holmes, un miembro del Tribunal Supremo conocido por su férvida militancia ideológica en la izquierda liberal norteamericana.
A raíz de aquella disposición legal se abrió la veda, y 27 Estados de la Unión emprendieron una carrera de esterilizaciones masivas practicadas en un principio sobre residentes en establecimientos mentales, y aplicadas inmediatamente después a pobres y marginados sociales.
Las leyes y tesis eugenésicas estadounidenses sirvieron luego de base a la normativa racial del Tercer Reich, cuyas autoridades rindieron homenaje público al doctor Harry Laughlin, cerebro del programa eugenésico norteamericano, reconociéndole como a su gran inspirador. Por otro lado, durante la década de los treinta fueron numerosas las voces que, desde las más altas instancias científicas, académicas y políticas estadounidenses, elogiaron las medidas eugenésicas adoptadas por el régimen hitleriano, llegando incluso a lamentar el hecho de que aquél hubiera tomado la delantera en tan encomiable labor de profilaxis social.
Significar por último que después de la 2ª Guerra Mundial las prácticas eugenésicas continuaron a buen ritmo en los Estados Unidos, donde todavía hoy gozan del estatuto de constitucionalidad.
Pero el curso inexorable de los hechos sigue avanzando, como lo hacen las tácticas de intoxicación empleadas por las oligarquías occidentales, que ayer militaban en el darwinismo social (su auténtica ideología) y hoy nos abruman con sus falaces campañas filantrópicas y antirracistas, aunque maldito lo que le importa a esa ralea y a sus secuaces la suerte de los "inadaptados" del Tercer Mundo, a los que llevan dos siglos "civilizando" y expoliando en comandita con los caciques locales de cada país. Todo lo cual no impide a los psicópatas "filántropos" del Nuevo Orden Mundial sembrar la alarma y mostrar su preocupación por el recrudecimiento de las actitudes racistas, que atribuyen, claro está, al espantajo fascista que a toda costa pretender revitalizar.
El procedimiento utilizado por la intoxicación es simple. El primer paso consiste en identificar la xenobobia con el racismo ideológico, lo que constituye un acto de puro terrorismo intelectual. La xenofobia, esto es, la reacción espontánea de desconfianza, recelo e incluso rechazo hacia los individuos de cultura, costumbres o raza diferente, es algo inherente a la condición humana, un hecho que se ha dado en todos los tiempos y latitudes de manera universal. Otra cosa muy diferente es el racismo, del que sólo.puede hablarse en propiedad cuando esas actitudes se convierten en el eje central de un programa político-ideológico y en la base de un sistema de poder. Un fenómeno, este último, que también se ha producido en numerosas ocasiones ( y se sigue produciendo) sin que ello guardara el menor parentesco con el fascismo político, y mucho antes de que éste hubiera nacido. Sería imposible recoger aquí todos los casos de opresión racial y todos los exterminios de carácter tribal que se han registrado a lo largo de la historia.
Para envenenar y tergiversar todavía más la realidad, el mecanismo intoxicativo se refuerza asimilando la xenofobia a un cúmulo de fricciones y de comportamientos diversos cuyas causas son las más de las veces de origen socio-económico. A título de ejemplo, las tensiones que se producen en Estados Unidos entre negros e hispanoparlantes, dos comunidades económicamente deprimidas en aquel país, tienen bastante menos de fobia racial que de lucha por la supervivencia, y no difieren mucho de las que se manifiestan en los países de la Europa occidental entre los estratos más bajos de su población y los inmigrantes tercermundistas, aunque las razones del rechazo esgrimidas por los primeros carezcan en no pocos casos de fundamento real. Por lo demás, no será preciso extenderse aquí acerca de la relación existente entre la emigración de los parias del Tercer Mundo y la miseria reinante en sus países de origen, y entre esta última circunstancia y la rapiña expoliadora de esas oligarquías occidentales que luego instrumentalizan en su beneficio las tensiones ocasionadas por su explotación infame, atribuyéndoselas al "fascismo" (las dos terceras partes del armamento vendido cada año por la todopoderosa industria bélica va a parar a los países del Tercer Mundo; por no hablar de la humanitaria labor "civilizadora" que desarrollan las grandes multinacionales en dichos países).
Después de establecida la identificación entre las actitudes real o pretendidamente xenófobas y el racismo político-ideológico, el segundo paso consiste en asimilar todos los fenómenos con algún contenido racial (habidos y por haber) a un modelo único, a un prototipo de aplicación universal: el fascismo. De ahí que los serbios de Bosnia, marxistas hasta antes de ayer, sean tachados de fascistas, y de ahí que el terrorismo etarra sea calificado como "fascismo", aunque todo su entorno político y social se haya cansado de proclamar y demostrar su militancia izquierdista; hasta tal extremo llega la manipulación. Son fascistas aunque ellos mismos lo ignoren, como le ocurriera al gañán que hablaba en prosa sin saberlo. Por supuesto, los actos de vandalismo juvenil, cada día más frecuentes en la decrépita y vacua sociedad occidental, también son fascismo.
Una vez realizada esa espúrea concatenación de artificios ideológicos, todo lo demás resulta sencillo. Dado que las conductas xenófobas siempre se producirán, máxime en una situación de conflictividad social que las propicia; puesto que nunca faltará el transtornado de turno que canalice su frustración agrediendo a un inmigrante, máxime en una sociedad enferma que rinde culto a la violencia; y como resulta que los medios de comunicación desplegarán toda su capacidad intoxicadora cada vez que alguno de esos hechos se produzca, pues ya tenemos al espectro del fascismo convertido en amenaza omnipresente y en camuflaje permanente del Sistema. Hasta que se decida articular otro enemigo mejor, claro está.
Para que el globo siga creciendo ya no se precisa siquiera del oportuno acto vandálico. Bastará con que aparezca una pintada racista en cualquier tapia para que los medios informativos y las organizaciones antirracistas nos anuncien la inminente invasión de Europa por la Wehrmacht.
Pero, ¿qué es lo que indican las cifras reales sobre tan alarmante fenómeno? Para saberlo, nada mejor que acudir a un escenario idóneo, en el que residen más de cuatro millones de inmigrantes, la República Francesa, florón en la actualidad de la ultraderecha europea y del amarillismo antirracista. Según un informe elaborado por la Comisión Nacional Consultiva de los Derechos del Hombre, un organismo integrado por las más demagógicas y beligerantes asociaciones antirracistas de aquel país, a lo largo de 1994 se produjeron en Francia 53 actos delictivos de carácter racista. Si se considera que el número total de delitos cometidos en territorio galo durante ese mismo año superó la cifra de cuatro millones, y que en ese territorio habitan cincuenta y siete millones de personas, lo verdaderamente sorprendente es que sólo 53 cretinos hayan tenido la ocurrencia de desahogar sus amarguras por esa vía.
Pero todavía existe en este asunto una realidad siniestra y subterránea que permanece solapada por la demagogia oficial, ya que las actitudes xenófobas hacia los inmigrantes obedecen bastante menos al color de su piel que a su situación de pobreza e inferioridad. ¿O es que los ídolos y los encumbrados de otras razas son rechazados por la población occidental?
La intoxicación y la falsificación de la realidad son, pues, los procedimientos utilizados como norma para alimentar el espectro del fascismo, que no es más que una cortina de humo tras la que nada se encuentra que no sea la manipulación habitual de quienes constituyen la única amenaza y el único peligro real existente en la actualidad.
A la luz de los hechos, quiénes componen esa caricatura terrorífico-grotesca fabricada por la intoxicación oficial, sino un rebaño de parias desplazados de la sociedad del bienestar y unos cuantos grupúsculos de marginales que canalizan su frustración por la vía del pataleo violento. Y qué es el neofascismo posmoderno, sino uno más de los muchos detritus generados por la sociedad del nihilismo materialista y del culto a la decadencia, una sociedad que, saturados ya los canales de desagüe de sus desechos, los recicla convirtiéndolos en fantasmagóricos adversarios.
Cierto es que, aunque escasos, tampoco faltan los especialistas solventes que ofrecen una visión del asunto más cercana a la realidad que a las servidumbres del pesebre. Tal es el caso de Stanley Payne, uno de los más acreditados expertos en esta materia, a la que ha dedicado varios trabajos, y entre cuyos juicios sobre el particular figuran afirmaciones tan elementales como éstas:
"El fascismo fue definitivamente derrotado en la 2ª Guerra Mundial, y el neofascismo actual no representa el menor peligro para los regímenes políticos de Occidente".
"El neofascismo ha estado entre nosotros desde el final de la 2ª Guerra Mundial, pero los verdaderos neofascistas sólo son hoy sectas minoritarias".
"Existen grupúsculos neofascistas en todas partes, aunque su influencia en la vida política de los países es nula, como lo prueba el hecho de que, cuando un partido neofascista quiere obtener votos, tiene que moderar su mensaje y acaba siendo una organización simplemente derechista y conservadora".
Pero más contundentes y categóricos aún que los análisis de expertos como Payne, son los informes elaborados sobre el terreno (y conforme al más frío pragmatismo) por los propios servicios policiales occidentales. En España, el Ministerio del Interior, a través de un dossier hecho público en septiembre de 1995, definía el fenómeno Skin-Head como "grupos marginales cuyo reducido alcance real suele ser agrandado por la amplia difusión mediática de sus acciones". Entre otros juicios relativos a este asunto, dicho informe hacía notar también "el riesgo de que la violencia urbana se adjudique solamente a los Skin, y pueda servir de cobertura para que otros grupos actúen impunemente" (cosa que, dicho sea de paso, hace ya tiempo que viene ocurriendo). El repaso se completaba con una referencia a la edad de los activistas Skins, que se sitúa entre los 14 y los 22 años. Por su parte, el Gobierno Civil de Barcelona, ciudad donde se registra la mayor incidencia de estos grupos, describía el asunto como "una serie de fenómenos superpuestos, en los que se mezclan diversas tribus urbanas poco organizadas y con culto a la estética totalitaria, una delincuencia común que actúa amparándose en la vestimenta Skin, y las típicas broncas juveniles de discoteca".
Bien es verdad que, ante la insignificancia real del fenómeno en no importa qué país occidental, siempre queda el recurso de acudir al estereotipo alemán, señalado habitualmente como la muestra más elocuente del "renacimiento nazi". Lo malo es que, también en este caso, la realidad de los hechos guarda muy poca semejanza con el panorama que presenta la intoxicación mediática. Y ya no sólo se trata de los raquíticos resultados electorales cosechados en aquel país por los partidos neofascistas, cuyo discurso se atempera y deviene en mero conservadurismo tan pronto como atisban la menor posibilidad de colocación política. Si dirigimos la mirada hacia los grupúsculos más reducidos, marginales y extremistas, lo más relevante de cuanto se relaciona con ellos es la frenética actividad desplegada por los cuerpos policiales, no ya para neutralizar sus exabruptos vandálicos, sino para secuestrar sus panfletos propagandísticos, algo de tan escasa entidad que sería muy fácil de refutar con argumentos de peso si no fuera porque el régimen de "la libertad de expresión" y del "pluralismo democrático" ha optado por hacerlo mediante la ley de la mordaza, lo que ofrece una buena muestra de la confianza que éste tiene en sus dogmas ideológicos.
Como una prueba más de la sólida entidad de tales grupúsculos, en febrero de 1995 era ilegalizado el FAP (Partido Liberal de los Trabajadores Alemanes), organizador hasta ese momento de la marcha anual en memoria del antiguo dirigente nazi Rudolf Hess, y poco después era otro grupo afín, la denominada Lista Nacional, quien corría la misma suerte. La ilegalización del FAP, que hace el número diez de las decretadas desde 1989 por el Gobierno germano contra organizaciones neonazis, fue llevada a cabo, al igual que las nueve anteriores, por vía administrativa, después de que el Tribunal Constitucional de aquel país la desestimara tras dictaminar que: "La falta de una estructura organizativa sólida, el bajo número de militantes y el nulo eco conseguido entre el electorado, descalifican al FAP como organización política".
Esta es la envergadura real del temible peligro que amenaza al beatífico orden establecido, si bien aquí no se agota el asunto, ya que aún podrían decirse algunas palabras sobre las fuerzas que operan en la trastienda de esos grupúsculos, orquestando y patrocinando las actividades de la inmensa mayoría, por no decir de todos ellos. En lo concerniente al caso alemán, existe ya información abundante, contrastada y concluyente que sitúa a los Servicios Secretos de la antigua Alemania del Este detrás de las organizaciones neofascistas de Alemania Occidental, todas las cuales estuvieron promovidas, infiltradas y manipuladas por la Inteligencia de la RDA hasta el mismo instante de la desaparición de ésta. Por lo que se refiere al llamado terrorismo negro neofascista, que operó en Italia desde mediados de los años setenta, también abundan los testimonios autorizados (ex-agentes de la CIA) que vinculan a la Agencia norteamericana y a la logia Propaganda-Dos con aquél. Y es que reclutar a una recua de energúmenos sin cerebro y utilizarlos como títeres para que den vida al espectro del fascismo es algo que no reviste la menor dificultad.
Mucho podría escribirse todavía sobre cualquiera de los temas tratados a lo largo de estas páginas, aunque no parece oportuno después de haberse dicho ya bastante más de lo necesario para comprender la situación. El mero hecho de tener que demostrar lo evidente, cuando la verdadera amenaza y el auténtico adversario no cesan de mostrarse incluso con descaro, es ya una señal elocuente del punto al que han llegado las cosas, y del que aún les queda por alcanzar.
Marzo de 1998